miércoles, 31 de diciembre de 2008

A-Mantis

- Por favor, deja en paz a mi marido. Las mujeres no sólo queremos ser las mejores amantes, queremos serlo todo. Y tú eso no lo puedes ser con él.
Nosotros estamos juntos desde niños... Si estamos separados y a uno le pasa algo, el otro lo sabe. Ya no nos hacen falta las palabras, nos hablamos con la mirada, nos comprendemos...
Tú no sabes lo que es desearse tanto que duele, tú no sabes lo que es soportar juntos la distancia... Y nosotros nos hemos esperado tanto, que ahora que por fin estaremos juntos y con un bebé a punto de nacer tú no vas a significar más que una molesta piedra en el zapato.


No supe qué decir ante aquella imagen viviente de la maternidad. Así que me fui.
Aquella tarde me follé a su marido por última vez. Mientras él descansaba fumando un cigarrillo, le observé tranquilamente. Ese cabrón no me había dicho ni una sola verdad...
Traté de acariciar su pecho pero al elevar el brazo descubrí que mi mano izquierda había sufrido una extraña transformación. Parecía más bien una especie de pinza gigante. Como él estaba distraído fumando y mirando hacia la ventana, escondí rápidamente mi nueva extremidad. Me giré cuidadosamente hacia el otro lado y comprobé que mi brazo derecho estaba sufriendo la misma mutación.
Por raro que parezca, asumí los cambios en mi anatomía de una forma muy natural. No me pareció extraño en ningún momento. De hecho, cuando observé mi cara en el espejo, me pareció de lo más normal que mis ojos se hubieran hecho enormes y coronaran mi cabeza a ambos lados.
En ese momento, él bostezó y se giró para abrazarme. Al ver mi reflejo sonriente en el cristal, gritó de terror.
Me volví hacia él, y en un rápido gesto, mi boca se abrió picuda formando una especie de cuña y con extraordinaria precisión le arranqué la cabeza.
Ya no gritaba...
Ese maldito no se merecía a la hermosa mujer que engañaba (y a la madre de su hijo tampoco).

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